MEMORIAS DE UN TAL ROBINSON (*)


LA PESADILLA DE RUGGERI 
Oscar Alfredo Ruggeri fue algo más que un caudillo, un gran capitán o un excelente jugador. Fue un fundacional -junto con el flaco Gareca y de la mano de Guillemro Cóppola- en materia de contar con su propia libertad de acción y elegir el club donde jugar. Así fue que se fue de Boca a River. Fue campeón con Boca, con River, con Real Madrid con San Lorenzo y hasta llegó a una fnal de la Copa Conmebol 
jugando para Lanús. Un ganador. Ahora bien, el hombre tenía un trauma que se manifestaba cada vez que le tocaba estar concentrado con River durante los años ’80 y más precisamente cuando llegaba la hora de descansar en una habitación en el propio Estadio Monuemental que compartia con Carlos Enrique y el "Tapón" Gordillo. Cuando las luces y los televisores se apagaban y sólo quedaban encendidos las lámparas de lectura, Ruggeri peleaba contra el sueño para no dormirse. Una noche, encendió la luz de su lámpara que despertó a sus compañeros de habitación y una vez que tenía a todos desvelados esperando alguna explicación, confesó: “Viejo, tengo pesadillas horribles. Sueño que una mano va a entrar por esta ventana -dijo señalando la abertura que estaba justo por encima de la cabecera de su cama- y me va a estrangular. ¿Me ayudan a dar vuelta la cama?”. Sus compañeros lo ayudaron, lo que provocó bastante ruido al correr no sólo la cama sino otros muebles para poder hacer la maniobra. Esto despertó a otros integrantes del plantel. Después de un buen rato de movimientos mobiliarios y bochinche, lograron dar vuelta la cama. La calma había regresado. Sus compañeros regresaron a sus habitaciones. Y las luces se fueron apagando otra vez. De repente el loco Enrique se sentó en la cama, casi sobresaltado,  prendió la luz y le pregunto: “Cabezón, no era mas facil poner la almohada que estaba en la cabecera de este lado?”. Ruggeri penso unos instantes y dijo: “Uy, sabé que tene’razon!”.



DICIEMBRE DE BOXEO. DOS CAMPEONES ARGENTINOS, DOS.

Diciembre es un mes de grandes recuerdos para la memoria pugilistica de los grandes: Muhammad Alí, Ringo Bonavena o Locche son algunos de los nombres que cada diciembre se recuerda a través de hazañas y anédotas. Vayan aqui dos grandes argentinos -como regalo anticipado de Navidad para nuestros lectores- para recrear en esta seccion.
NIEVA EN NUEVA YORK
Invierno de 1972. La vigilia se hacia monótona. El frío de Nueva York impedía animarse a caminar por la calle. Bonavena ya estaba listo para su decepcionante actuación ante Floyd Patterson, quien fuera el campeón mundial más joven de la categoría pesado. Por lo tanto había pocas cosas para hacer. Por cierto ir al gimnasio de Bobby Gleason a ver los entrenamientos de Ringo, las clásicas gestiones de acreditación en el Madison con Harry Marconi o John Condon (gerente y sub gerentes del Madison) que, a la hora de la verdad, siempre retaceaban las credenciales para los periodistas argentinos. Y en tal sentido Bonavena fue el único boxeador de todos los boxeadores que viajaron al exterior que cuando la situación llegaba al limite actuaba personalmente para tratar de resolver los problemas de cada uno. Llegó a decirle al imperturbable John Condon: “Si uno de los doce periodistas argentinos queda afuera, yo no peleo”. aunque hay que reconocer que había algunos abusos. Quiero decir, muchachos que decían ser periodistas y nunca habian leído un diario y otros amigos quienes buscaban la manera de evitar pagar. En este aspecto Tito Lectoure no se metía. Los que habían pagado por los derechos no tenían problemas. La radio y la televisión, sumado a los de la prensa escrita, siempre tenían alguna dificultad en el Madison Square Garden. La tarde anterior al combate, Juan Rago quien junto a su hermano Bautista fueron los maestros de Ringo en el club Huracán, me invitó a su habitación. Había mate, de un pequeño grabador/pasacassettes, moderno por entonces, se escuchaba la voz de Gardel cantando sus insuperados clásicos: “Volver”, “Mi Buenos Aires Querido”, “Adiós Muchachos”. Sobre la cama los diarios de Buenos Aires que siempre traía el que llegaba a último momento. Había gran confianza en el campamento argentino. Y una llamativa serenidad en Ringo Bonavena como si antes que cualquiera de nosotros él ya supiera el resultado. Pero bueno, nunca las sospechas pueden ser demostrables sin confesión. A Ringo lo mataron sin que pudiéramos saber por que tan extraño comportamiento aquella noche y sobre la verdad de una lesión que lo llevo a un hospital de Manhattan con una declarada lesión en la mano. La cuestión es que Rago todavía lleno de ilusiones, pleno de nostalgia y con su ciudad presente se aproximó a la ventana del piso 27 del hotel Stattler Hilton viendo la Novena Avenida mientras la nieve caía oblicua e implacable. Entonces, en medio de aquel escenario melancólico y casi poético, haciendo relieve frente al marco del ventanal, mate en mano y Gardel inundando el espacio, sin quitar la vista de la ventana exclamó: “Que linda seria la nieve en verano!!”.

EL DEBUT DE LOCCHE EN UN AVION
1963, Buenos Aires. Nicolino Locche acababa de ganar la corona sudamericana frente a Joao Nascimento. Era la primera vez que abordaba un avión. La travesía era desde el aeroparque de Buenos Aires hasta el aeropuerto de El Plumerillo de Mendoza. Tal y como ocurría en aquella época una joven y bella azafata pasó primero a repartir los diarios. Y luego a ofrecer algo para beber. Locche, debutante en aviones y después de aceptar la segunda copa de champagne,  feliz porque regresaba con el título sudamericano -su segunda corona- se quito el cinturón de seguridad, puso la mano en el bolsillo, llamo con voz firme: “señorita, por favor"...y sorprendió a sus acompanantes con un enérgico: “No, los diarios y las copas las pago yo…“. Buenas fiestas para todos, HASTA LA PROXIMA Y SUERTE AL SALTO!. EChB. 


CUANDO REUTEMANN ABANDONÓ A FANGIO.
 Mónaco, 3 de junio de 1973. Habíamos vivido una noche muy tensa. Apelando al amor propio, el boxeador argentino Carlos Monzón logró que el fallo de las tarjetas le dieran como ganador ante Émile Griffith. Había sido un combate, que podría haber acabado en derrota sino hubiera sido por la intervención del entrenador de Monzón Amílcar Brusa. Todos veíamos que la pelea se nos venía abajo, aún cuando no había una superioridad manifiesta del contrincante del santafecino y, sin embargo, la condición física de Carlos no estaba a la altura de la importancia del combate. Entonces entre el noveno y décimo round, Brusa aprovechó los segundos afuera para agarrar a Carlos de las patillas, como quien necesita ser más que contundente con lo que quiere que el otro entienda bien, y le dijo: “Tu hijo `El Abel'  te está mirando por televisión, ¿vos querés que él te vea perder?”. Y -por algo era un campeón-  al final sobrellevó el calvario de los últimos cuatro rounds y salvó la corona mundial de peso mediano de la Asociación Mundial de Boxeo. Al día siguiente en el mismo paraíso de la Costa Azul mediterránea teníamos a otro argentino en competencia: el piloto -también santafecino- Carlos Alberto Reutemann quien corría por el Grand Prix de Fórmula 1 de Montecarlo, tradicional carrera donde las haya.Después de haber escrito la crónica de Monzón para El Gráfico, logré llegar -sin haber podido dormir- hasta el box de Reutemann. Estaba serio y concentrado, como siempre. Pero lo más extraordinario que me habría de ocurrir fue ver llegar con paso sereno y sonriente al más grande hasta ese momento en la historia de la Fórmula 1 argentina y mundial, Don Juan Manuel Fangio. Lo sentí como una bendición más que me regalaba la profesión. Ser testigo, una hora antes de largarse la carrera, de un diálogo entre el quíntuple campeón mundial y nuestro mejor piloto del momento y uno de los mejores de nuestra historia. Me parecía un sueño escuchar las recomendaciones de Fangio - que yo no podria traducir técnicamente- sobre la estrategia para la chicana del Café de Paris, la entrada y la salida a las pequeñas rectas principales y algunos detalles que transcribi en su momento. Lo sorprendente fue lo que ocurrió apenas unos minutos después. El Quíntuple mostraba cierta preocupación por el dibujo de los neumáticos del Brabham, me pidió la lapicera y un papel para hacer un diseño compensatorio respecto de los neumáticos que iba a usar Reutemann y sin darme cuenta me encontré con que Fangio, el más célebre piloto del mundo, se quedó explicándome a mí lo que Reutemann debía hacer... y en medio de su generosa charla Fangio también advirtió que Reutemann tan silenciosamente como la mayoría de las actitudes de su vida, se había marchado dejando a Fangio hablando sobre lo más profundo de la técnica del manejo con un periodista que apenas tenía licencia para manejar. Y ahora el corolario para que hagan con él lo que quieran: Reutemann abandonó esa carrera en la décima vuelta. HASTA LA PROXIMA Y SUERTE AL SALTO!. EChB.


ALÍ, STALLONE Y UN BOXEADOR DESCONOCIDO.
Richfield, Ohio. 24 de marzo de 1975. Uno de los grandes privilegios que he tenido como periodista, es haber sido el periodista argentino que más cerca estuvo de Muhammad Ali. O Cassius Marcellus Clay Jr., el nombre que quedó registrado como ganador de la medalla olímpica de 1960 en Roma. Para él, Clay había muerto cuando tomó la decisión de no ir a Vietnam. Para la prensa y el público Clay se sostuvo y se sostiene como un paradigma del mejor boxeo que tres generaciones pudieron ver. Pero el hecho refiere a un caso especial, que nos lleva a ver cómo se puede proyectar un mismo acontecimiento de dos maneras diferentes. Veamos. Cuando llegué a Richfield, me interesé por un nuevo reportaje a Muhammad Alí, que obtuve para la revista El Gráfico. Entonces se me permitió asistir a sus entrenamientos y disfrutar de su singular personalidad y afecto. Que entre un grupo de 30 seguidores se le permitiera entrar a un periodista argentino y a ningún otro de ningún otro país ni de ningún otro medio, era una distinción que yo valoraba. Claro que también debía conocer a su rival Chuck Wepner, un desconocido para mí a quien se le había dado la chance de enfrentar al mejor de todos los tiempos. Wepner estuvo muy gentil conmigo. Me invitó a cenar la noche previa a la pelea en el restaurante del hotel donde se alojaban los dos boxeadores. Me presentó a su mujer Rita, su única acompañante en la mesa. Me contó que se dedicaba a vender bebidas espirituosas en New Jersey y me confesó el honor que sentía por estar en un mismo ring con Alí. Gracias a su Fe religiosa tenía la certeza de que un golpe de suerte en el 15° round le iba a permitir ganar y ésa sería la única posibilidad en la vida de dejar escrito su nombre en algún lado. Chuck sostenía que estaba mejor entrenado que Alí. Ésta era su hipótesis:
Si alguna vez el gordo Tony Galento pudo tirar a la lona a Joe Louis, y el sueco Ingemar Johansson pudo poner knockout a Floyd Patterson, ¿por qué razón Dios no me puede iluminar para ganarle a un hombre superior a mi, cosa que se puede dar una vez en la vida?. Nunca seré mejor que Clay pero puedo ganarle”. Me sorprendió de tal manera que me fui a la habitación abriendo una esperanza a algo que desde que salí de Buenos Aires era absolutamente imposible.
Aquel gigante alto y delgado que calzaba 45 -cosa que inmediatamente se advertía en sus botitas del ring- ; de cuello fino y caja torácica angosta, no logró el milagro de ganar. No tuvo el lucky punch de su ilusión pero aguantó los 15 rounds con heridas y sufrimiento, y el público lo aclamó. Yo creo haber escrito una muy buena nota sobre este acontecimiento. En ese mismo momento de la pelea, en la otra costa de EE.UU., en una ruinosa habitación de segunda y comiendo una pizza medio fría llegada por delivery, un señor sin trabajo que había sido despedido de varios estudios de Hollywood se le ocurrió una idea. Esa noche del otro lado de los EE.UU. nacía la historia de Rocky. Wepner había sido para mi un respetable contertulio. Para Stallone, en cambio, sería el inmortal Rocky Balboa de las películas. Esta es la diferencia entre un periodista y un productor talentoso. HASTA LA PROXIMA Y SUERTE AL SALTO!. EChB.


EL “CÓNSUL” DIEGO. Napoli, Italia 1986, una ciudad con ciertas dosis de inseguridad como cualquier gran urbe del mundo. En este caso, con especial ensañamiento en los turistas. En esa época los argentinos llenaban aviones. Por lo tanto que cinco, seis o diez argentinos se presentaran en una comisaría de Nápoles o de los suburbios como Santa Margheritta un hecho común. - “Lo único que me preocupa recuperar son los documentos. Lo demás mala suerte, las tarjetas de crédito ya las dí de baja. Pero el pasaporte, el pasaje, ¿cómo hago?”, repetían una y otra vez turistas argentinos desesperados frente a la autoridad policial. En más del 70% de los casos el propio oficial de la policía, sabiendo de las limitaciones que ellos tenían para dar con esos documentos, les recomendaba: “¿Sono argentino?. Entonces lo que tiene que hacer es lo siguiente: vayan a Via Capece 15. Allí preguntan por el Sr. Gabriel Espósito, que es el cuñado de Maradona. Le plantean la situación a él en la puerta de la casa y tienen grandes posibilidades de recuperar por lo menos el pasaporte. Eso sí: no vayan a cualquier hora. El Sr. Espósito atiende de seis de la tarde a ocho de la noche”. Resultaba increíble ver una fila de argentos angustiados que iban dando sus nombres, cual lista de espera en un restaurante de moda un sábado a la noche, para que el Diego consiguiera que los capo camorra hicieran aparecer mágicamente los documentos robados de los compatriotas turistas varados en la ciudad de la pizza. ¿Qué hacía Gabriel?-más conocido como el Morsa-. Operaba: él sabía a quien hablarle de acuerdo al lugar donde se había llevado a cabo el robo. Entonces con esos datos, iba al posible chorro -muy organizado como era de esperarse- y en nombre de DiosNapolitanoDiego pedía la devolución de los pasaportes compatriotas. En muchos casos hasta devolvían las tarjetas de crédito. Maradona era, sin proponérselo, algo más que un Cónsul, era el garante del bienestar de cualquier argentino que pasara por Nápoles. FELIZ CUMPLEAÑOS, DIEGO!. HASTA LA PROXIMA Y SUERTE AL SALTO!. EChB.



¿QUÉ CARAJO HACE USTED ACÁ?.
Buenos Aires 1973. Club Huracán, a la sazón, campeón de esa temporada. Técnico: César Luis Menotti (luego sería campeón mundial con Argentina en 1978 como técnico). Estrellas: varias, a saber: Alfio Basile, Carlos Babington, Miguelito Brindisi y por sobre todos ellos, René Orlando Houseman. Sábado en la concentración, día previo a un gran partido. ¿Dónde está Houseman?. Todo el mundo se pregunta ¿Dónde está Houseman?. Desapareció Houseman. Gran incertidumbre. Entonces aparece un jugador de vergonzosa confidencialidad que le dice a Menotti al oído: “Me parece que el Hueso-Houseman- se fue a jugar un partido de potrero en el Bajo Belgrano” (zona marginal de casas frágiles y calles de tierra). Menotti va al lugar que le indicaron y llega a un potrero con arcos sin redes y una multitud alrededor del campo. Se disputaba un partidazo de muy buen pie pero con muchas amenazas de muerte. Observa a los 22 jugadores y no ve a Houseman. Cuando se retira advierte una especie de banco de suplentes donde algunos muchachos esperaban el momento de entrar. Impactado por la imagen, el técnico del equipo ve a Houseman, su jugador estrella, sentadito, descalzo y con una botella de gaseosa en la mano. Menotti va hacia él, se le para enfrente y severamente le pregunta: “René, ¿qué carajo hace usted acá?”; y Houseman -también campeón mundial de 1978- le responde: “¿Sabe qué pasa flaco? que el que está jugando en lugar mío es un fenómeno. Y tengo que hacer banco”.

HASTA LA PROXIMA Y SUERTE AL SALTO!. EChB.
LOS CÓDIGOS DE MONZÓN. París, mediados de diciembre de 1975. Mucho frío y para colmo cierta nebizca de la que antecede a la nieve. El estadio donde se disputa el torneo de tenis de Roland Garros desbordaba. Alain Delon, organizador del combate entre Monzon y Gratien Tonná, se paseaba orgulloso saludando a cada una de las celebridades del ambiente artístico europeo especialemnete francés. Alli estaban Natalie Delon -su ex esposa- Gerard Depardieu, Johnny Hallyday, Catherine Deneuve, Jean Paul Belmondo y lo mejor del jet-set europeo. La mafia marsellesa que respaldaba a Tonná parecía haber manejado el pulso de las apuestas. En caso de ganar Tonná pagaba 8 a 1 y eso no respondia a la realidad. Alrededor del ring podían verse los rostros de hombres que tranquilamente podrían haber protagonizado Contacto en Francia. Monzón lo derribó antes de ponerlo knockout y cuando esto ocurrió, intente subir rápidamente al ring, cosa que, lógicamente, la seguridad me impidió. Entonces llame a Carlos para que se acercara hasta nuestro micrófono de la televisión argentina y accedió. Estaba apenas transpirado, apenas jadeante , apenas feliz y frente a la multitud y bajo aquel sonido que impedía escucharse uno a otro disparé el clásico: “Carlos te felicito, gran triunfo, gran actuación, el título sigue en tus manos, etc, etc, etc”. Monzon, agachado, respondió: “¡Que felicitación ni felicitación!, se tiró este cagón... es un cagonazo, se tiró. Si apenas le apoyé la mano se zambullo. Un hijo de puta…”. Para los códigos de Monzón no se celebra un triunfo cuando un rival se tira. No le valió ni para la felicidad del momento. HASTA LA PROXIMA Y SUERTE AL SALTO!. EChB.

 

(*) Se trata de Ernesto Cherquis Bialo, Director de la revista El Gráfico entre el 28 de marzo de 1963 y el 31 de diciembre de 1990. Durante años este periodista, que entró en la Editorial Atlántida como pasante en su calidad de egresado de la primera promoción de la Escuela del Círculo de Periodistas Deportivos, firmó con el sobrenombre de "Robinson".